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22 DOMINGO Ordinario
-C-31 de Agosto de 2025
(Consulte el Archivo para ver reflexiones pasadas y futuras.)
Eclesiástico 3: 17-18, 20, 28-30; PD. 68; Hebreos 12: 18-19, 22-24; Lucas 14: 1, 7-14
XXII
Domingo
(C) |
1. --
2. -- P. Jude Siciliano, OP <FrJude@JudeOP.org>
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1.
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Carmen Mele, OP <cmeleop@yahoo.com>
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"PRIMERAS IMPRESIONES"
22º
DOMINGO -C-
31 de agosto de 2025
Eclesiástico 3:
17-18, 20, 28-30; PD. 68;
Hebreos 12: 18-19, 22-24; Lucas 14: 1, 7-14
por Jude Siciliano , OP
Queridos predicadores:
Jesús ha estado escandalizando a sus críticos al sanar en sábado. Hoy lo invitan a cenar en casa de un importante fariseo. Pero esta no es una reunión amistosa. Es una trampa.
Después de la cena, Jesús relata una parábola que va al corazón de su mensaje: «Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Los eruditos llaman a esto la «inversión mesiánica». En el reino de Dios, los despreciados y los últimos son lo primero. Aquellos que fueron marginados y etiquetados como «pecadores» —supuestamente castigados por Dios— son precisamente quienes reciben el favor de Dios.
Jesús nos reta a imitar la generosidad de Dios. Debemos invitar a quienes no pueden correspondernos, así como Dios nos ha invitado a este banquete, la Eucaristía. Aquí, en esta mesa, no somos invitados porque nos lo hayamos ganado. Dios no espera nada a cambio. Estamos aquí por pura gracia, el don gratuito de la vida, muerte y resurrección de Cristo.
La gratitud nos llama a actuar. Como nos insta la parábola de Jesús, debemos acoger al desanimado, al forastero, y alimentarlo con lo que más necesita: bienvenida, alimento, educación, protección. ¿Acaso esto no se refiere directamente a la difícil situación de los inmigrantes no deseados entre nosotros: hombres, mujeres y niños que se esconden por temor a ser arrestados o deportados, algunos incluso confinados en duros centros de detención, como el Caimán de Alcatraz? ¿Cómo podemos nosotros, discípulos de Cristo, hacerlos sentir honrados como huéspedes en la casa de Dios?
Es cierto que invitar a Jesús a nuestros hogares no sería fácil. En el evangelio de hoy, apenas se sienta, corrige a los invitados, que compiten por los puestos de honor. Luego, desafía al anfitrión, diciéndole a quién no invitar y quién debería estar en su mesa. Sus palabras rompen todas las reglas de etiqueta. Pero Jesús no está dando una lección de buenos modales; está describiendo el estilo de vida para sus discípulos, la conducta que refleja el reino de Dios.
La Carta a los Hebreos nos recuerda hoy: Jesús ha mediado una nueva alianza. No nos regimos por las normas de este mundo, sino por la vida que él hace posible. Claro que en la escuela debemos esforzarnos por sacar buenas notas, y en el trabajo, por el buen desempeño. Jesús no nos advierte contra eso. Su preocupación es más profunda: la motivación y los valores que guían nuestra vida.
Usamos nuestros dones no para nuestra propia gloria, sino para el bienestar de los demás. Nos esforzamos al máximo en nuestros estudios, nuestro trabajo y nuestros ministerios, no para obtener privilegios, sino para servir. Nos acercamos a los que Jesús llama: «los pobres, los lisiados, los cojos, los ciegos». No pueden recompensarnos, pero Jesús promete: «Serás verdaderamente bendecido».
Así pues, el evangelio de hoy no deja lugar a dudas: solo Dios exaltará a quienes viven con la humildad que describe Jesús. Esto no significa que nunca debamos invitar a amigos a cenar. Claro que podemos —y debemos— compartir comidas que fortalezcan nuestras amistades y forjen una comunidad. Pero Jesús nos advierte que no reduzcamos la hospitalidad al interés propio, que no invitemos solo a quienes puedan corresponder al favor.
Nunca debemos olvidar a los pobres, a los hambrientos, a los marginados, a los marginados de la sociedad. Necesitan nuestra voz, nuestra presencia, nuestra defensa. Cuando los acogemos, no buscamos reconocimiento ni recompensa. Dejamos la recompensa en manos de Dios.
Así pues, nos dirigimos a la mesa que tenemos ante nosotros. En esta Eucaristía, no somos los anfitriones; Jesús lo es. Nos ha invitado por amor, no porque busque algo de nosotros. Nos ofrece comida y bebida elegidas por él: pan y vino, signos de su entrega total. Jesús nos prepara para un banquete donde los más necesitados recibirán honores y plenitud. Puesto que así será, debemos practicar el reino ahora: actuar de maneras que reflejen el reino del que ya somos ciudadanos; tratar a los pobres como huéspedes de honor en nuestras vidas.
Aquí, las distinciones sociales, económicas o políticas se desvanecen. Compartimos la presencia viva de Cristo resucitado. Nos acercamos más a él y a los demás.
Es una lección de humildad compartir esta comida tan generosa. Jamás podríamos compensarlo. Y, sin embargo, él continúa abrazándonos con un amor inagotable.
Haga clic aquí para obtener un enlace a las lecturas de este domingo:
https://bible.usccb.org/es/bible/lecturas/083125.cfm
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